Lo que quiero decir es que todo el mundo posee algo valioso, único, deslumbrante. No siempre se ve a simple vista, solamente se siente, estando atentos en cada momento. Una gema, un diamante, los hay de todas las tallas y valores, cada uno cultiva su saber y su piedra preciosa, esa que siempre llevamos con nosotros, parte del alma, y que usamos como brújula contra los momentos en los que estamos perdidos. Sin embargo, hay siempre casos especiales, en los que esa piedra viene con nosotros ya resplandeciente, tallada y preciosa, no hay que complicarse la vida, pasar los días puliendo y abrillantándola.
No quiero alargar más mi explicación. El símbolo de la piedra preciosa corresponde al talento propio. Estoy completamente segura de que todos tenemos algo especial y que hacemos mejor que nadie, con lo que disfrutamos y nos sentimos únicos porque nos gusta de verdad y damos lo mejor de nosotros.
Este talento, aunque hay personas que nacen con él desarrollado, hay que trabajarlo cada segundo, esa es la clave de la victoria; el trabajo, la dedicación, el esfuerzo. Una persona que se deja la piel en cada momento supera con creces a aquella dotada de mayor habilidad o destreza, que al contrario no pule sus aptitudes tanto como debería (en general), confiando en su “predestinación”. Aunque no quiero decir que todos sean así. El más inteligente es aquel que explota su talento al máximo. Aunque en realidad, cada uno tiene que ponerse sus propios límites, y dar cada día un paso adelante, porque si no perfecciones y mejoras, es que estás quedándote atrás, y nadie dudará en sobrepasarte.
Talento inútil, si no le acompaña el trabajo.
Encuentra tu piedra preciosa, y hazla brillar.
Inés Martínez Ortega
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